sábado, 30 de junio de 2012

Fumador compulsivo

Por aquél entonces era imposible respirar en aquél ambiente enrarecido. Si no tenía 25 o 30 cigarrillos en la boca no tenía ninguno. Era su labor un chupar indómito, incansable, como si en ello le fuera la vida. Parecía una locomotora expulsando humo y haciendo chu chu. Todos los pitillos los fumaba al mismo tiempo, casi de una sola tangada. Era todo un espectáculo digno de verse. Todavía hoy, al cabo de muchos años, no me explico cómo era capaz de hacerlo, es decir: fumárselos sincronizando las caladas respectivas tan bien, y acabando los 25 o 30 cigarros simultáneamente.

Un día, huyendo de allí a todo correr, para no ahogarme, medio asfixiado y a punto de perder el conocimiento, le pregunté:

-¿Por qué lo haces? Estás enganchado, ¿no te das cuenta? Esas compañías meten un montón de química adictiva cancerígena en toda esa mierda...

-¿Sabes por qué lo hago? -me contestó retoricamente- Porque está prohibido, ¡sí!, ¡porque está prohibido, sólo por eso! ¡Y porque  me da la  gana!

-Bueno, bueno, no te pongas así -le dije por aquél entonces-. Cada uno es libre. Deberían poner fumotecas con infinidad de cigarrillos de todas las marcas y colores, puestos en estanterías, y que cada uno fuera allí como el que va a la biblioteca a leer.

-Sí, y además no prohibir tanto, que luego no sale a cuenta, mira yo como estoy, que a la que subo una escalera me tengo que parar cada dos escalones para tomar aire, y aprovechar para tomarme un cartón de cigarrillos...


Fernando Gracia Ortuño

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Desconectar





Ed se ha acercado a la mesa para ver lo que pasaba. No estábamos peleando. Simplemente discutíamos animadamente acerca de lo ocurrido en el trabajo por la mañana. Su talante callado y frío se muestra tan escéptico y calculador que intimida. Recuerda a un francotirador alemán de una película que vi hace años, y por eso no me da buena espina verlo aquí en estos momentos. Pero tiene algo en su mirada que luego tranquiliza. No sé, tal vez su forma de gesticular influye también, tan parca como sus palabras. A veces los de seguridad tienen algo de bravucones que los descalifica al momento, en un segundo nada más. Nosotros dos estábamos hablando de la empresa, le digo para evadir la situación. Esto es algo que no podemos exponer ante él para explicarnos. Ahora es demasiado tarde. La música sigue zumbando. Ed nos mira y sonríe levemente antes de marcharse. Me parece que lo que le he explicado le importa un pimiento, si es que se ha dignado en entenderlo. Su mirada es inescrutable. No dice nada más. Se ha largado. Lo hace con un gesto premonitorio tan característico, como diciendo: “Hasta la próxima, gachones, que lo sé que habrá una”



Luego le digo a mi compañero, que mejor no discutamos en este bar. Al instante se levanta y aprovecha para irse al lavabo. Esperaremos un poco más a que se anime la noche, me digo. Es el BV80 y estoy harto de tanto gritar para sobreponerme al sonido de la música. Las cuerdas vocales necesitan un buen trago. Me pido otro cubata y sin querer me abismo en la música que me gusta, en ese pozo de siempre de mis pensamientos, como hago cuando algo importante me preocupa. Esa mirada involuntariamente feroz del tipo éste, el Ed, aparece primero, y luego toda la bronca en el trabajo desfila ante mí segundo a segundo, con una memoria del detalle que ya quisiera para sí muchos historiadores. Me siento impotente de no haber podido convencer a mi compañero, y el cabrón me hay traicionado frente al jefe, con toda la desfachatez del universo. Es un hijo de la grandísima. Me pregunto qué habría hecho Ed en esa misma situación. Se lo hubiera fundido, seguro, delante del jefe lo hubiera machacado, lo hubiera reducido a la nada. Pero yo, que soy además un calzonazos en la casa, no puedo ni siquiera regir mi vida laboral decentemente. Todo el mundo me toma el pelo, ser ríe de mí hasta el apuntador y el novato de turno recién llegado a la fábrica me toma el pelo, como se chancea uno del aprendiz que no sabe nada todavía y ya se ha fijado en tu inseguridad. Pero Ed  seguramente hubiera sabido reaccionar bien, hubiera plantado cara y luchado como un león para dejar las cosas en su sitio. No, claro, no se hubieran salido con la suya el jefe y este individuo. Junto con los demás compañeros, ahora quieren convencerme de que deje las cosas como están en la fábrica, y que cada cual contemple la guerra según le va. Pero no es tan fácil una cosa así. Ha llegado demasiado lejos.  La música sigue sonando, pero todavía no me consuela ni un ápice. Estoy contrariado, y el recuerdo de Ed se remonta a mi infancia. Traído por las brumas del pasado, aparece el padre de mi amigo de pronto en la memoria, con su halo de leyenda metálica. Ed comparte con él los mismos rasgos. Representa la personalidad acendrada, hermética y severa del que nada teme. Con su solemne carácter contenido, recuerdo lo que mi mejor amigo me contaba de su padre, las hazañas dirimidas con el camión, las hostias con la gente en discusiones de tráfico legendarias donde siempre ganaba él, y esa chocante sensación de su sola mirada intrépida, analizando el escenario concreto antes de actuar, como una fiera que calcula la distancia que le separa de su presa y el punto exacto para desplegar el ataque



Estoy convencido que Ed nunca se hubiera dejado torear de esa manera, me digo mientras llega mi compañero con un cubata en la mano, sonriendo victorioso porque ha visto unas titis bailando con miradas tentadoras en la pista de baile. Tengo que aprender a desconectar del trabajo, me vuelvo a decir por enésima vez. Lo que ha pasado es una tontería, me repito. Me levanto sin decir palabra y me dirijo a la pista. Quiero ser como tú, Ed, atraerlas como imán igual que haces tú, brillar implacablemente así cual tú haces, sin darte cuenta… Sí, amigo, voy a ensayar esa mirada intrépida frente a una de estas bellezas danzantes, y después al fin podré desconectar de una puñetera vez de todo el infierno que me ahoga. Ahora tengo que ser francotirador, Ed. Sí, claro, no hay más remedio… Y localizar inmediatamente a la más potente de entre todas las titis que ahora bailan como diosas terrenales sobre la pista de color. Si no nunca podré desconectar.








Fernando Gracia Ortuño

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domingo, 24 de junio de 2012

Empatía mortal

Los pequeños detalles se fueron sumando y creciendo en la masa informe, que haciendo blu blu se iba formando y ensalzaba, con su desarrollo exponencial irreversible, un acervo viscoso con textura de engrudo horripilante. Cuando la cosa asumió dimensiones humanas, el Alquimista abrió los ojos como platos, y se asustó tanto, que del orgullo de lo que habría creado, sólo le quedaba un rescoldo molesto de pavor en la memoria. Fue en el instante en que descubrió que le quedaban segundos para librarse de aquéllas manos, que simultaneamente le agarrotaban el cuello hasta asfixiarlo, cuando descubrió en la mirada de aquella monstruosa criatura una sonrisa de extraño e irracional regocijo. Tan ancestral y atávica era esa sonrisa odiosa, como horripilante. Pensó ironicamente tantas cosas. La última que se le ocurrió le hizo sonreír, también, en extraña analogía empática, junto con la criatura tan espantosa que él mismo había creado, para más inri.

Fernando Gracia Ortuño
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miércoles, 20 de junio de 2012

Noche Brumosa

Negra curiosidad siguen tus pasos, cuando de pronto te giras y allí estoy yo, sonriendo. Encandilada, te embauca la oscura capa, satinada en púrpura, pero cuando arrebato el misterio de tu levedad, sobrevolando la metrópoli, pierdes el sentido. No tanto como después en la guarida.

Fernando Gracia Ortuño
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miércoles, 6 de junio de 2012

Culturalidad

Cada día amanecía en un país diferente, por su trabajo. Como no sabía todas las leyes, no se imaginaba si por hacer algo lo podrían fusilar en cualquier momento. Vagó por la ciudad. Se le ocurrió entrar en un salón, tomar un caramelito de anís. Fue su perdición

Fernando Gracia Ortuño
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sábado, 2 de junio de 2012

Legado

La muerte vendrá a refrendar el bagaje de todo lo vivido en el constante esfuerzo deleitoso... Descansar, morir, como le dijo Cervantes, era lo mejor. Lo que hoy es ardua lucha, pasión de vida, mañana y siempre serás tú en el tiempo.

Fernando Gracia Ortuño
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viernes, 1 de junio de 2012

El tiempo

Me gusta cuando tu lozanía se ablanda en el asiento, y apartas con desdén la mirada del joven en el metro. O cuando de tu frente huye el reflejo de lo que fuiste. Te veo pasar, asustado, y de pronto aparece ante mí una arpía poseedora de tormentos.

Fernando Gracia Ortuño
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