Mensaje en una botella para mi suegra
La noche fatídica de mi separación estaba deleitándome con un vino de La Rioja cuando sonó el teléfono. Me pasó el
inalámbrico y me dijo:
-Es mi madre. Dice que ha encontrado una botella con un mensaje tuyo…
-¿Con un mensaje mío? –pregunté perplejo, sumamente contrariado por la
interrupción de mi hora lúdico-vitivinícola. “Esto
me pasa por mi afición a la escritura, siempre escribiendo, por todas partes,
en cualquier lugar y en todo momento…”
-Sí, tuyo –me espetó ella, como si ya estuviera informada del asunto, y
no tardó en ponerme sobre aviso: “¿Así que encontró mi relato?”,
pregunté, temiéndome lo peor. Pero el daño ya estaba hecho: Enseguida se puso
mi suegra al aparato. Si lo dejaba a medio metro de mi oreja, escuchaba igual. Lo cierto es que ahora podría estar sordo. Porque lo
peor vino al día
siguiente, cuando me leyeron, como si se tratara de un oficio de la Santa Inquisición,
el fatídico texto que escribí y nunca supe dónde fue a parar, escrito que, para
mi desgracia entre comillas, dice así:
“Los murmuradores del abismo”
“Allí donde moran los murmuradores del abismo, esos seres viscosos del
inframundo, que desde el pretil oscuro de la gran cloaca van rezongando entrometidamente,
hablando mal o difamando sobre la vida de los extraños moradores y sus
primogénitos primegistos, huele fatal, allí donde medran estos seres ocultos
entre sombras de sucias mazmorras, allí late el
mal con toda su
aura perversa. Pero el destino de estos murmuradores del abismo, ocultos entre
tinieblas, nunca lo puedes prever. Te puede tocar, en la rifa de la vida, como
un hijo, un pariente, o, lo que es peor, como una suegra…”
¡Maldita suerte la mía, entre comillas, pensé!: Este escrito me lo dejé un día en casa de mi suegra, en un botellín de vino que bebí antes de tiempo, porque luego se me olvidó tirarlo, y, lo que son las cosas, ¡ahora soy feliz!
Fernando Gracia Ortuño
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