Una
vez al año los de la agencia nos reunimos en la cafetería de un hotel cercano
para celebrar el aniversario. En realidad, lo que celebramos no es la Navidad,
es la supervivencia, un año más, de la empresa de detectives en los tiempos que
corren. Divagamos, planteamos, elucubramos, debatimos e incluso nos enzarzamos
tenazmente en discusiones de los más variopintas sobre cualquier tema u
ocurrencia de actualidad. A veces la discusión dura días. Los agentes de mi
empresa de investigación son de todos los colores ideológicos, calibres o
tendencias. Se podría asegurar, por tanto, que el debate y la controversia
están asegurados en cada reunión. No es que los temas estén programados.
Simplemente salen espontáneamente. Y éste fue el caso del fin de semana pasado.
—Por lo que veo aquí, la mayoría de los
agentes atribuís el problema directamente a los políticos inútiles y meapilas,
con sus leyes permisivas para con el grupo social afectado de menas y moros de acogida, y esas leyes tan
demenciales que muchos catalogan como arbitrariamente indiscriminadas y
buenistas. Pero en el fondo falsamente progresistas y, por el contrario, excesivamente
irresponsables. Es decir, que, debido a un acuerdo internacional con Marruecos
por parte de un gobierno irresponsable, estas leyes demenciales permiten la
entrada, sin discriminación alguna, de muchos delincuentes comunes, gente de
malvivir, mucha chusma, o sencillamente gentuza del hampa, entre el personal
que se acogía, dando por ello cabida a lo que se suele denominar la purria insociable y demás escoria de
guetos o caldos de cultivo de toda índole de criminales. Podrida, en su
extracción temprana, esta carne de prisión, lejos de buscar la socialización y
la integración en el país, huye más bien de sus respectivos países por
diferentes razones de ilegalidad, entre ellas el afán de lucro a toda costa, la
pertenencia a mafias de trata de personas o la delincuencia común. Estas mafias
ven en España muchos puntos a favor accesibles para prosperar y cometer toda
clase de atropellos, debido justamente a estas leyes tan estúpidas de este pueblo botarate, según ellos tonto perdido, además de que las
condiciones carcelarias, como sabéis bien, en caso de ser cazados por las
fuerzas del orden y condenados por la justicia, están hechas para darles una vida
de lujo a todo tren, incluso allí, a cuerpo
de rey y, según manifiestan luego en su país, casi hoteleras, de lujo, sobre todo a causa de las pingües ayudas sociales
a los colectivos con hijos en situación de delincuencia común y supuestamente
sin recursos, todo lo cual representa para ellos, acostumbrados a una vida miserable,
unos incentivos inexcusables.
Hubo un momento en que los ánimos estaban
tan caldeados que varios agentes insultaron a Pereira como en broma. También la
cerveza tuvo su culpa, y las horas que llevábamos allí, discutiendo un problema
complejo sin llegar a ninguna conclusión. Al final, unos querían cambiar los
políticos, otros las leyes. Algunos hablaron de educación y de años de
rehabilitación y cambios sociales de verdad. Unos pocos más de otros asuntos
también importantes. Sólo Pereira se mantenía en sus trece y se atrevía a
abordarlos sin ningún tapujo. La mayoría lo tacharon por eso de facha y de
nazi, y otros de racista. A mí, Pereira, me dejaba de pasta de boniato. Pero me
caía mucho mejor que los otros, que querían hacerse los buenos. Sobre todo,
cuando dijo:
—¡Mételos en tu casa, puto cabrón! ¡Ya
verás lo que duras tú y tu familia! Sois una pandilla de capullos. Me gustaría
veros en la piel de esa pobre chica. El padre no es ningún delincuente, García.
Sólo quiere hacer justicia, ya que por lo visto no la hay. Vosotros mismos lo
reconocéis. ¿Entonces, qué…? ¿Qué mierda tendremos que hacer al final, ir a la
caza del morito bueno y violador y
castrarlos como hacen en algunas sociedades antiguas? ¡A esos bastardos los
tendrían que castrar, joder, buenistas de los cojones, esto no se puede
arreglar como se está haciendo, esto sólo lo comprenderéis cuando violen a
vuestras hijas y a vuestras esposas, capullos, ya, joder…!
Todo el mundo, ante su divertida indignación,
irrumpió en una sonora carcajada, como si Pereira fuera un niño cabreado que se
enfurruña sin motivo válido. El estruendo en el hall de la cafetería fue
espantoso. Pereira hizo un gesto de indignación contenido, como si estuviera a
punto de recoger su chaqueta y dejar el lugar sin más. García, un tipo muy
seguro de sus creencias, parecía regocijarse con el ridículo de su amigo.
Estaba repantigado en los amplios divanes del local y la expresión de su cara
denotaba cierta satisfecha determinación, un aire de terquedad de los que
siempre parecen muy sobrados en casi todo.
—¡Qué no tienes razón, coño, que te calles
ya! —y reía con altanería delante de todo el mundo, precisamente por eso.
Pereira lo miraba con animosidad, pero se contenía por no llegar a los
insultos—. Pero cuéntanos, cuéntanos, racis…, Pereira, cuéntanos un poco cómo fue
el asunto éste del padre de la víctima. Qué te pidió, cómo lo hizo…
—¡García, ya te lo contaré, pero hoy no!
¡Anda, que te den por el culo, tío mierda!
En ese momento hubo un conato de pelea.
García se agitó unos segundos, herido en su pundonor, haciendo ademán de
levantarse para encararse con Pereira. Pero su peso se lo impidió, y supongo
que también su estado de ebriedad. Pereira, por el contrario, se levantó
tranquilamente y se alejó del grupo como si ya no los conociera, y se fue hacia
la barra del bar. En honor a la verdad, tengo que decir, que el resto de los
colegas, en realidad, la mayoría, no se lo tomó tan mal como ellos dos,
sonriendo la mayor parte, y quedándose pensativos y satisfechos los otros, como
si para nada se hubiera roto el ambiente de buen humor y chascarrillo que
reinaba antes. Como si en fondo a ninguno le importara el asunto de verdad.
En ese estado me encontré a Pereira en la barra.
Viendo su evidente enfado, le invité a un cubalibre. Parece que conmigo se
acabó de desahogar, pero por lo menos su tono había cambiado ahora. Y como si
se arrepintiera del espectáculo de hacía unos minutos, me concedió que lo
sentía.
—Escucha, Jonny: ¿Sabes que ese hombre me
ofreció dinero por cazar a esos hijos de puta? Sí, tal cual te lo estoy
diciendo, me ofreció dinero para hacer justicia por su cuenta. Están
desesperados en la familia. El padre está reconcomido por la rabia, el dolor y
la impotencia más acuciantes. El rencor los consume y es comprensible. Se
sienten abandonados por toda la sociedad. Ni los apoya la sociedad, ni los
medios. Ni siquiera nosotros, los polis ni mucho menos los del juzgado, que los
sueltan enseguida. Este país no es serio, parece Isla Fantasía, o Flipilandia,
Es descojonante. Esto no debe de pasar más que aquí. Encima las televisiones
los protegen por ser moros, ¿te das cuenta, eres consciente de lo que está
pasando en este país? Los dejan sueltos, tío, los dejan libres para que sigan
delinquiendo, y ellos se parten de la risa, no se lo pueden creer. La cosa
promete. El padre dice que antes de que lo hagan otra vez, antes de que ni
siquiera se les pase por la cabeza, él dará con ellos. Exagera, delira, claro… Puede
que no lo consiga, puede que no llegue a tiempo, pero lo va a intentar. Eso sí
que lo sé... Ellos no, ¿qué coño está pasando en esta sociedad, Jonny? Parece
como si un virus de la estupidez y la maldad lo invadiera todo y hubiera
colonizado la mente de la sociedad. La gente no quiere saber nada. ¿Sabes que estos
delincuentes tienen un juego?, no recuerdo cómo se llama… Ah sí, se llama Taharrush. ¿Sabes que el Taharrush
consiste en violar mujeres infieles, mujeres que ellos suponen cristianas y a
las que, según ellos, por tanto, tienen todo el derecho de violar cuando les
apetezca, como en la mayoría de las guerras? Un juego muy tradicional entre
ellos, de la época de la Edad Media. ¡Cuánta cultura, verdad! ¡A esto también
le llaman cultura y religión!
Así continuó un rato más. Lo había estado pensando a lo largo de las horas en que estuvimos allí en la barra, y nada podía salir mal. Le dije mi plan muy seriamente, paso por paso. Él accedió, al final. Aunque al principio no se había querido involucrar, finalmente asintió:
—Escucha, Pereira: me has convencido. Esto
ya es una cosa personal, nada detectivesco. Somos humanos, la paciencia tiene
un límite. Vamos a ir a por esos hijos de puta, vamos a acabar con ellos.
Sabemos dónde están. En el barrio donde viven, cerca de la casa que han
ocupado, no paran de pavonearse, y desde que los soltaron y saben que son
impunes y se salen con la suya, se ríen de todo el mundo; sus mofas no pueden
ser más descaradas y arrogantes, y la gente les teme tanto que los respeta.
—Las cosas, o se hacen bien, o no se hacen.
Estoy de acuerdo, hablaré con el padre de la chica.
Y así se hizo. Han pasado muchos años desde
que escribí lo de arriba. Al final no nos pillaron. Creo que ya no lo harán.
Pereira, el padre de la chica y yo, una tríada infranqueable. Por una vez se ha
hecho justicia. La vida es así: donde las dan las toman. Los cogimos con las
manos en la masa, los acorralamos y sujetamos como debería haber hecho la justica
inexistente. Esos bastardos, cuando los acorralamos, ya no reían ni festejaban,
ya no era el tiempo en que abusaban de su fuerza ni de su número. Algunos
gañidos cobardes, nada más, como los del perro de presa que es atrapado y
descuartizado por el leopardo, que se ha colado en la casa de montaña subrepticia,
inexorablemente…
Puede que ahora a esos castrados
minusválidos, los más progres del país, les den paguitas y los mimen como recién
llegados gloriosos, los que se consideran excelsos y buenos, los tratarán como
a los mejores huéspedes sin haber confirmado sus antecedentes legales. Puede que
ahora los bien pensantes de los demócratas
auténticos, que dejan que violen a las hijas de los demás, los cuiden mejor
y los amparen en esta sociedad de mierda, pero por lo menos violar, lo que se dice violar, esos bastardos no lo harán más.
Por el recuerdo que hace la asociación mental de ideas, la verdadera educación.
Seguro que García no tendría ni puñetera idea de esto, si se lo preguntaran
alguna vez, incluso si sufriera en carne propia el oprobio más grande sobre la
faz de la tierra. La gente ésta idiota, tan demócrata y solidaria con el crimen,
no aprende ni con esas…
Fernando Gracia Ortuño
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