domingo, 20 de julio de 2014

La carrera


Puedo verlos agitarse y saltar desde la rendija de la valla. Se han hecho cruces bajo una hornacina, han orado devotamente, poniendo cara de admiración, justo cuando ha sonado  una explosión. En cuanto han abierto la empalizada todos hemos salido en estampida tras de ellos. Estoy asustado. Las primeras calles no estaban tan confluidas, pero a partir de una curva el sonido y la agitación se han multiplicado. Alguno de mis compañeros se ha puesto nervioso cuando les sacudían el lomo con sus periódicos y esto ha incrementado la velocidad, otro se ha caído contra los tablones y unas luces instantáneas nos han deslumbrado en medio de todo el griterío. Hay gente por todas partes. En mi vida solariega en la dehesa había vista tanto bullicio. Es todo tan novedoso y divertido. Algunos bípedos vocingleros beben de unas jarras macizas y transparentes, mientras otros se precipitan, festejan y ríen alborotadoramente, Los más van vestidos de blanco y rojo con un envoltorio en la cabeza mientras se lanzan como locos en pos y delante de nosotros. Nos persiguen, los perseguimos, nadie sabría decirlo. Al final del recorrido, al entrar a trancas y barrancas en una inmensa plaza arenosa, han empezado los lances alrededor. Gritos, exclamaciones. Mugía fuerte rodeado de gente, pero nadie abrevaba, sino de esas extrañas jarras relucientes. Parece como si el espectáculo los extrajera fuera de sí mismos para correr y hacer lo que nunca hacen, sacudiéndose el aburrimiento…

 

Fernando Gracia Ortuño

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domingo, 6 de julio de 2014

El mojigato exorcista

Tenía como un hierro en la cabeza, con la forma de una cruz, lo notaba en medio de los entresijos de sus circunvoluciones mentales, porque esto a veces le generaba una presión intracraneal a punto de generar siempre una eclosión explosiva. Despuntaba. A veces sí... Y esa cruz no le dejaba pensar con claridad cuando veía un cuerpo desnudo. En efecto, por chocante que nos parezca, se volvía loco sólo por el hecho de pensar que ese cuerpo tenía órganos genitales, y esos órganos funcionaban, oh... se trastocaba, no lo podía soportar sin perder la paciencia. La cruz lo llamaba hacia regiones y cuevas del pasado, en plena Inquisición, cuando los censores más mentecatos e ignorantes gobernaban el mundo y asesinaron a mil millones de inocentes, por lo menos, bajo el pretexto de brujos o médicos hechiceros. Un día, en que casi se había olvidado de su hierro en forma de cruz en su maltrecho cerebro de maníaco sexual, vio una mujer desnuda por la calle, la miró con los ojos como órbitas elípticas desorbitadas, la vio salir como de una ducha, y la maldita cruz comenzó a despuntarle por el cráneo, pero esta vez de verdad, dando forma en su frente a unos cuernos de hierro fundido con el nombre del Salvador que un día todos crucificaron, justamente gentes como él, los hijos del mismísimo Demonio, sólo que él no lo sabía, y prefería sentirse Dios. En ese momento comprendió que no estaba loco, sino que se había reencarnado en el mismísimo Mesías, Nuestro Señor, El Salvador, sí, Él era Dios, nada más y nada menos, lo comprendió al instante al notar los cuernos de la figurilla plateada en forma de cruz que sobresalía directamente desde el interior de su cabeza cuadrada... No pensó por casualidad que había perdido un tornillo del crucifijo de metal incrustado en su cerebro de jabalín fáunico, no, pues no estaba "más loco que una cabra", sino que se le había aparecido, por ser tan devoto, el mismísimo Jesucristo  -porque Dios si existía no tenía sexo, ni orinaba ni comía, pero como había visto aquella mujer en pelota picada y se escandalizó tanto que casi se puso a gritar de la manera más indecorosa en medio del gentío, se acordó que Él era la misma Resurrección Reencarnada, y que no estaba loco, como decían algunos vecinos: "más loco que una cabra", ni "como un cencerro", sino que simplemente ya no era mortal ni de carne y hueso como los demás,  ni mucho menos estaba "como una regadera", como aseguraban otros. Pero, inexplicablemente, como todo o casi todo en él, en ese momento en que se dio cuenta que estaba aureolado por la divinidad, se lo hizo todo encima de nuevo, así,  de repente,  como cuando su padre le regañaba y su madre se echaba a llorar, se lo hizo encima por no querer reconocer que también los tontos mean y tienen pito... y no son justamente divinos... sino unas malas pécoras de cuidado. Recordó entonces cuando su padre de pequeñito lo zurraba y lo azotaba enloquecidamente con la correa cada vez que tan testarudamente se volvía a orinar y defecar encima, sólo por llevar la contraria a todo el mundo. Se lo hizo encima de nuevo, y siguió haciéndoselo una vez más, y otra y otra, hasta que todo olió muy mal a su alrededor y despertó en el centro psiquiátrico de su barrio, una mañana nubosa, en que la cama y las correas de la camisa de fuerza estaban totalmente infestadas e inundadas de un material, a su entender, Imperecedero, como él, El Espíritu Santo nuevamente venido a la tierra para salvarnos del mismísimo mal...





Fernando Gracia Ortuño
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