viernes, 13 de diciembre de 2013

Los zombie smoking

No saben que están muertos, porque en su lucha encarnizada por la vida, su "vida", hace tiempo que persiguen a todo bicho viviente para exhalarle su humo contaminado y radiactivo de partículas de amianto, cobre, amoníaco y alquitrán.
Hace un rato he salido a comprar, enseguida se me ha puesto uno delante fumigándome a su gusto, y entonces he tenido que cambiar de acera, pero un grupito de ellos que estaban echando más humo que una locomotora a pleno rendimiento de carbón, se ha puesto a perseguirme enconadamente... No había manera de librarse de ellos. Todos al unísono se han puesto entonces a entonarme aquello de "¡Quiero fumaaaaaaaaaaaarrrr...!!! ¡Quiero fumaaaaaarrrrrr...!!!" Me escupían y acosaban de un modo acojonante, no tenía salida, era como si el malo fuera yo por no fumar, y además, cuando dejaban el cigarrillo en las últimas, proferían toda una sarta de insultos contra mí, que al final tuve que poner pies en polvorosa. Era espantoso, sus alaridos infestaban el aire, y a medida que me alejaba corriendo como un loco, y cada vez más, hasta convertirlos en una bolsa infecta, apestosa e irrespirable que parecía la humareda de algún volcán o el incendio de San Francisco visto desde el Golden Gate, no daba crédito a la suerte que había tenido de no acabar gaseado y muerto como ellos. Después, por lo que pude otear desde la colina de mi barrio se pusieron a comerse un brazo de un pobre desgraciado que encontraron por allí: un antitabaco, un vida sana, o un deportista, seguro...
Desde que el gobierno había prohibido fumar en los bares, todos los fumadores ambulantes se habían revolucionado, y para llevarles la contraria a los antitabaco, se habían puesto a fumar a mansalva como carreteros intoxicados, hasta morir contaminados la mayoría de ellos por el humo de sus cigarrillos, pero lo curioso del caso fue que luego volvieron a la vida. Era descojonante, nadie de los del mundo civilizado, ningún vida sana, ni ningún dietista, ni una autoridad, ningún gobierno municipal ni periodista sanitario en su sano juicio, podían dar crédito a lo que las noticias emitían a cada momento por la televisión. Las imágenes mundiales se hacían cada vez más estremecedoras, "por mis cataplines", según proferían a grito pelado de la manera más espantosa y horrible que se pueda uno imaginar, no sólo fumaban en todos los rincones del trabajo, en el interior de los bares y en las casas, en los ascensores, en los vestíbulos de los colegios y en los mercados, en las playas, en los autobuses, en los debates, sino que ahora encima el humo se había vuelto omnipresente en la vida de los seres humanos que todavía no deambulaban como cadáveres en pena cabreados y humeantes a más no poder. Como en cualquier país civilizado, y haciendo la competencia a las altas chimeneas de las industrias más contaminantes, al caos de la radioactividad y el smog, el humo se hacía cada vez más irrespirable, espeso y omnipresente en la vida cotidiana. Tanto que hasta había convertido a la especie en inmortal. Pues los zombies smoking, ¿qué no eran sino inmortales ejemplos de la ansiada y codiciadísima perennidad? Si existía, pues, una planta de la eterna juventud, esta por fuerza se llamaría tabaco.
 
Fernando Gracia Ortuño
Copyright
 

lunes, 2 de diciembre de 2013

El pan chicle

Queridos amigos, éste que ven en la foto es el típico pan chicle de toda la vida de mi barrio, que, puestos a considerar cuestiones alimentarias y demás comparaciones y cotejos en toda el área municipal y regional, es el pan chicle de esta ciudad-población de más de treinta millones de habitantes que toman, tal vez, cada día más de cincuenta millones de personas en todo el país. El pan chicle, como sabéis, tiene la característica de convertirse en chicle en pocas horas. Pero el que he descubierto en un paquistaní hace unos cuantos meses y estoy comercializando a escondidas por otros barrios, es diferente: éste es, como digo, el auténtico pan, el pan de antes del boom demográfico que desencadenó la comercialización del caucho alimentario.
 
Los paquistaníes donde compro las diez o doce barras cada día ni se imaginan que yo lo revendo después en otras partes de la ciudad al triple del precio. Pero como el pan es de tan alta calidad, y puesto que en toda la ciudad, la región y el país no hay uno como éste, los consumidores no dudan en comprármelo al precio que sea, y que en verdad vale la pena, os lo aseguro, pagar un poco de más.
Lo vendo en establecimientos donde sé que  acude muchísima clientela a comprar de todo, como Globoexpansión o Mecachis Alimentarismo, que son sitios donde puedes comprar de todo. Los directivos de estos centros, por lo visto han sabido reconocer la calidad y no escatiman en precios al respecto. Sin embargo, es un negocio qué sé que no va a durar, lo intuyo. Me imagino el porqué: Normalmente, el pan chicle se vende a 90 céntimos la barra, pero el que tiene cierta calidad, sin llegar a ser tan bueno como éste, incluso triplica el precio del pan chicle, y eso que no vale un duro como pan para comer en la mesa, pero por lo visto hasta que no llegaron estos panes al colmado de mi barrio, nadie se había dado cuenta, y ahí está el clic de la cuestión de mi negocio, tan floreciente como desconocido.
 
P.S. Por favor, os ruego una cosita, y es que no difundáis esta noticia de mi negocio del pan de verdad entre vuestros conocidos, si no mi chiringuito se iría al garete en menos que cantara un gallo, aunque fuera, ay, de un tipo de pan venido del otro lado del mundo...
 
 
Fernando Gracia Ortuño.
Copyright