domingo, 20 de julio de 2014

La carrera


Puedo verlos agitarse y saltar desde la rendija de la valla. Se han hecho cruces bajo una hornacina, han orado devotamente, poniendo cara de admiración, justo cuando ha sonado  una explosión. En cuanto han abierto la empalizada todos hemos salido en estampida tras de ellos. Estoy asustado. Las primeras calles no estaban tan confluidas, pero a partir de una curva el sonido y la agitación se han multiplicado. Alguno de mis compañeros se ha puesto nervioso cuando les sacudían el lomo con sus periódicos y esto ha incrementado la velocidad, otro se ha caído contra los tablones y unas luces instantáneas nos han deslumbrado en medio de todo el griterío. Hay gente por todas partes. En mi vida solariega en la dehesa había vista tanto bullicio. Es todo tan novedoso y divertido. Algunos bípedos vocingleros beben de unas jarras macizas y transparentes, mientras otros se precipitan, festejan y ríen alborotadoramente, Los más van vestidos de blanco y rojo con un envoltorio en la cabeza mientras se lanzan como locos en pos y delante de nosotros. Nos persiguen, los perseguimos, nadie sabría decirlo. Al final del recorrido, al entrar a trancas y barrancas en una inmensa plaza arenosa, han empezado los lances alrededor. Gritos, exclamaciones. Mugía fuerte rodeado de gente, pero nadie abrevaba, sino de esas extrañas jarras relucientes. Parece como si el espectáculo los extrajera fuera de sí mismos para correr y hacer lo que nunca hacen, sacudiéndose el aburrimiento…

 

Fernando Gracia Ortuño

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