viernes, 11 de abril de 2014

Yo conocí a Bolaño

Allá por el final de la década de los noventa, yo me hallaba pasando un mes de vacaciones forzosas en Blanes, en la Costa Brava. No sabía nada del lugar, apenas lo conocía, sólo sabía que tenía un promontorio muy turístico y espectacular llamado La Palomera, que era un pueblo de costa de antiguos pescadores muy bonito, y sobre todo que un amigo mío alcohólico tenía una apartamento allí frente a la playa. Bueno, la cosa, como diría Bukowski o Chinasky, pintaba bien. Lo malo, (y que yo no sabía por aquél entonces, pues nunca llegas del todo a conocer las intenciones y los ocultos motivos de un borrachín taimado y bregado en asuntos picarescos), es que la chica, que luego se convirtió en su novia, estaba allí, pero bueno, para el caso es lo mismo, puesto que lo importante en este asunto es que yo durante ese mes  de paseos de la manita, besitos en la mejilla y otras historias, aquél mes, como digo, controlando los excesos alcohólicos de mi nueva amiga, conocí al mismísimo vate de las letras hispanas, el chileno de cerebro portentoso y genial Roberto Bolaño. Y lo que es más, hablé con él en un bar frente al paseo marítimo durante unos minutos. De literatura, por supuesto, ¿de qué podría haber estado hablando con él, si no?
Tengo que decir, llegados a este punto, que por aquél entonces ya era consciente del hecho de que quería ser escritor, y él también, por lo que pude comprobar después. No era muy conocido en el 90 y tantos, y como estaba discutiendo con mi ligue ocasional acerca de si los escritores malditos nunca son aburguesados ni convencionales hasta el punto de llegar a ser dogmáticos o beatos, Bolaño se echó a reír en algún momento desde una mesa contigua, y enseguida entablamos una conversación muy reveladora.
 
Bolaño estaba escribiendo al mismo tiempo que hablaba conmigo y observaba a mi amiga de hito en hito, cuando levantaba la cabeza de la mesa, mirando un momento hacia el mar en el horizonte. Al cabo de un rato me dijo que iba a publicar en breve "Los detectives salvajes". Al momento me dio un vuelco el estómago, y le dije del título que estaba bien, pero que era una casualidad increíble, no me lo acababa de creer que le pusiera un título tan parecido a uno mío. El tampoco se lo creía, por eso le dije que no utilizara por favor ese título para su novela, puesto que ese título lo iba a utilizar yo en otra novela que pronto publicaría titulada "Los detectives salvajes gastronómicos", o  "Los detectives salvajes cocinando almejas", y que esto tal vez eclipsaría mi título, que por ciento, todavía tenía en mente. Esto le hizo gracia al amigo Bolaño. Creo que pensó que le quería birlar por la cara el título de su novela, y por eso, después que le hube contado el argumento, me dijo que titulara mi obra "Un detective en la cocina" solamente, que le quitara todo salvajismo inútil, y que estuviera tranquilo que para cuando la publicara ya no habría peligro de asociación indebida. Tal vez alguien me lo copiaría en el futuro, pero que a fin de cuentas los títulos muchas veces eran lo de menos. Pero eso sí, que le pusiera "Un detective en la cocina" a la novela negra que quería escribir con semejante argumento, que no había peligro alguno por su parte..
Por supuesto le hice caso a pies juntillas. Y unos años después comencé a escribir mi novela, mientras me daba cuenta que la palabra detective estaba en muchísimos sitios y títulos de novelas negras y detectivescas. Pero el caso es que fue sólo hace unos años, cuando vi que habían hecho un programa de televisión con un título parecido de recetas de cocina para niños. Pensé que Bolaño me traicionó a la postre y le sugirió el título a alguien en Sudamérica, en Méjico concretamente... ¿Quién se pone a investigar en una cocina? La idea sólo se le había podido ocurrir a Vázquez Montalbán -y luego a mí-, quien por cierto nunca investigaba en las cocinas, sólo elucubraba mientras cocinaba su detective y quemaba bodrios en su chimenea de Vallvidriera. Sí, al final le hice caso a Bolaño, que tenía un gran sentido del humor, además de muy buen gusto con los escotes, y a pesar de que se me adelantó varios lustros con el título, plagiándome a priori quince años antes, y pese a que  sus detectives eran tal vez incluso menos salvajes que el protagonista de mi novela, reconozco que tenía razón en una cosa: Y es que a fin de cuentas el título de una novela muchas veces es lo de menos.
 
 
Fernando Gracia Ortuño
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