domingo, 26 de febrero de 2012

El mote

El otro día entramos en una cantina de barrio para tomar algo. Una cosa que jamás habíamos hecho. Yo tengo una mentalidad muy estricta con esto de los motes y sobre todo con los insultos. No me gustan, para nada, me he criado desde siempre en un ambiente sociable y relajado. Toda mi vida, desde que era practicamente un bebé, jamás me he visto influido por las vulgaridades de los hombre trabajadores de a pie. Por eso me sorprende sobremanera cómo se trataban el uno al otro los camareros en aquel extraño antro a que fuimos a parar. No había mucha clientela, por eso lo escuchábamos todo. Uno le decía al otro de todo para infravalorarlo, por lo visto hacía rato que discutían enardecidamente, y el otro le contestaba siempre con la coletilla mote de "tontolhaba". "Tontolhaba" por aquí, tontolhaba por allá, en fin, que no paraba. Total que en una de estas me acerco a la barra a preguntar al sujeto que estaba, según mi opinión, maltratando al supuesto "tontolhaba", y le pregunto, un tanto indignado:

-Escuche, señor, si no es mucha molestia: ¿Me podría decir por qué cada vez que le contesta algo a su compañero, le acaba llamando "tontolhaba como coletilla a su respuesta"? No sé, me parece una cosa un poco irrespetuosa, caballero... No sé bien bien lo que significa, pero en fin...

A lo que el señor aquél, barman, o lo que fuere, me contestó, con su media sonrisa dibujada en las fauces:

-Escuche, señor, este señor, no es que yo le llame "tontolhaba" por gusto, sino que su apellido es el mismo. No se ofenda usted, señor cliente, que en ningún momento estoy ofendiendo a mi compañero, el señor "Tontolhaba". Que de apellido se llama así.

-Ah, bueno, -respondí más tranquilo-. Entonces disculpe usted. No quería intrometerme.

Y me fui a sentar de nuevo con mi señora. Pero claro, sin poder estar por lo que hubiera tenido que estar, y sin dejar de poner oído, todavía, a lo que decían. Ella, al verme tan atento, me llamó la atención, pero la calmé en un plis, porque nos teníamos que ir en un ratito. 

No podía dejar de escuchar el sonsonete aquél de "tontolhaba" una y otra vez, y claro, esto acabó por ponerme de nuevo curioso hasta extremos exasperantes. Cuando le gritaba con desprecio, en un momento de la conversación: "¡Tontolhaba, imbécil, que no ves las cosas más sencillas, tonto del culo, gilipollas!", cuando le repetía una y otra vez  cosas tan horribles como que su novia lo había dejado por tontolhaba y tiquismiquis o niño mimado, que no ve tres en un burro, o que no tenía ni un solo amigo de verdad porque él mismo era una mentira, un liante y un cabrón, ya entonces pensé que el camarero, astuto y ruín,  socarrón y ladino como un zorro, me había mentido para enviarme a mi mesa, y que verdaderamente el nombre de "tontolhaba" que había estado gritando tanto no era ni por asomo un apellido. Sino que estaba convencido que su compañero, por su modo de vida o por los genes, era sencillamente un tonto. Pero estas cosas son complicadas de saber. De todos modos, cuando empezó a llamarlo "gilipollas",  "cabrón", "tonto del culo" e "hijo de puta", me di cuenta de la verdad. Y es que las gentes humildes de los bares y tascas son así, llaman a las cosas con demasiada franqueza. Y por lo visto le llamaba "tonto del culo" por sus motivos, que tendría después de conocerlo bien. Pero claro: ¡Qué vulgaridad, señor!

Fernando Gracia Ortuño

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