Fue comiéndose una mazorca que el anciano tuvo el colapso. Su nieto lo sacaba de sus casillas, siempre incordiando. La rabia se iba desgranando en ira, acumulándose. Hacía que su propio cuerpo se autoregulara, regenerando las células cardíacas muertas, recomponiendo las vetustas arterias, cromando su piel androide de níquel.
Fernando Gracia Ortuño
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