Lo suyo era una ceguera muy especial. Se conducía por olor, instintivamente. En sus pensamientos y acciones primaba más el olfato. Ése prodigio sobrenatural era su principal cualidad. Por eso, después de mil zoombies, dio con el más adecuado compañero para ella: el perfumado Bitelchús
Fernando Gracia Ortuño
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