La ley del asfalto volvía, inexorable. Los escasos afortunados que podían comer vivían en constante persecución, caza de brujas y asesinatos. Los tecnócratas, en sus almenas inaccesibles, se hacían cada vez más opulentos, mientras en la calle la ley del más fuerte imperaba con toda la crudeza homicida.
Fernando Gracia Ortuño
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