domingo, 13 de mayo de 2012

Terror incierto

                                       
   Me acabo de despertar. Apenas recuerdo cómo he llegado a este estado actual, ni desde dónde. Sólo compruebo que está todo oscuro. ¿Pero dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí y no veo nada y el silencio resulta tan abrumador? Es alarmante no saber dónde estás, ni nada de lo que has hecho durante el día antes para llegar aquí. Despertar en la nada oscura y absoluta Está todo inundado por la tiniebla, y no sé cuánto llevaré aquí, ni el tiempo que he estado inconsciente. No se puede ver nada.  Parece que ha pasado un siglo desde la última vez que desperté. ¿Dónde estaba entonces? En todo caso éste no es mi lugar.

   Pues estoy sorprendido al comprobar que todo apunta a que la situación comienza a desbordarse desde la nada. Y que está fuera de control por el miedo que comienza a inundar mi estado de ánimo paulatina e inexorablemente. No me acabo creer esta situación, ni de situar al cabo de varios intentos para encender la luz. Palpando el suelo, que es lo único tangible, la sala parece infinita, fría. Me pregunto infinidad de cuestiones, todas sin utilidad en estos momentos. Estoy convencido que podría estar gateando una, dos, o incluso tres horas sin encontrar interruptor alguno. Ni soñando hay luz aquí, pienso, ni ventanas. Por lo visto se trata de un cuarto oscuro inmenso, quién sabe en qué rincón del planeta, ni qué país o continente.

   Me incorporo, al cabo de unos instantes de indecisión, todavía perplejo, al darme cuenta de la situación tan inaudita, y al instante me golpeo contra algo indefinido que muy bien pudiera tratarse de un postigo, el cual me hace caer. Aturdido y desorientado por el testarazo, me levanto de nuevo, espantado. Las pulsaciones se me han acelerado también debido al enojo repentino. Trato de hacerme con la situación. Pero, para mi asombro, a la altura de un supuesto techo o alacena, vislumbro de pronto dos puntos rojos incandescentes que parpadean alarmantemente a escasos metros de mí. Mi corazón se desboca al instante en el avieso fulgor de esos ojos rutilantes. Sin poderlo controlar, horrorizado por semejante presencia insospechada, me quedo paralizado, tratando infructuosamente de recapacitar primero, pero retrocediendo después fatalmente, arrastrándome frenético por el suelo

   No puedo quedarme quieto en el frío pavimento, y sudando a mares, sin aire apenas en los pulmones, decido seguir arrastrándome lo más posible hacia atrás. De pronto el dolor de huesos se hace insoportable, y me levanto, decido caminar pese a todo, y al palpar tenuemente una pared imaginaria, procurando mantener el control y situándome frente al supuesto postigo, los ojos reaparecen y es espantos, horripilante Descubro de repente que  me están mirando fijamente, sin solución de continuidad, quedándose con todo detalle y siguiéndome allá donde me arrastro poseído por el horror. Como si esas ascuas tan pavorosas fueran humanas, después de todo, pensaran, planearan, y sobre todo observaran mis movimientos más nimios.

   Me siento por ello todavía más paralizado, cada vez más Me levanto. Y en un último intento por huir, vuelvo a caer, y me arrastro frenéticamente. Todo es infructuoso. He caído de espaldas por enésima vez, me tropiezo, vuelvo a caer, y me levando de nuevo. Entonces me doy cuenta, casi desmayado y sin resuello, que hay unas deslizantes formas indefinibles al lado mío, agitándose sinuosamente en la oscuridad. Al percibir algunas en la penumbra espesa y rojiza del cuartucho, no puedo por menos que proferir un agudo y potentísimo grito aterrorizado que retumba en la noche, formando en su propagación ecos sucesivos en lo que parece un espacio invisible y remoto.

   Con cautela, procuro acercarme a esas formas misteriosas en movimiento, intentando cerrar el postigo en mi avance. No hay un ruido siquiera. Cuando logro ponerme de nuevo de pie descubro horrorizado que a mi lado, pegados a mí, refulgen sinuosamente, como dos ascuas ardientes, los ojos ígneos que estaba buscando, que parecen haberse adelantado a mis intenciones. Con el mayor sigilo y sumo cuidado, giro mi cabeza hacia la izquierda, y atenazado por mis más profundos temores, mientras me observan  y escrutan pavorosamente desde el costado los ojos del horror más espantoso, me doy plena cuenta que. la tensión que me abate me está agarrotando por completo, impidiendo cualquier vía de escape, y disminuyendo mis fuerzas hasta la inanidad más absoluta.

   Ahora ya no se trata de respirar, pues no lo hago, sino que apenas esbozo algún movimiento mientras descubro la perdición más ineluctable. Ni mucho menos tratar de continuar imperceptible para la bestia inhumana que permanece inmutable a mi lado. Sé que en cualquier momento va a desencadenarse el peor y más espantoso de los finales, aunque no puedo determinar el momento exacto. Sumido entre tinieblas, en esta extraña e ignota demora, soy consciente que en décimas de segundo, milésimas tal vez, en que no podré siquiera sospechar el feroz ataque, su gruñido aterrador, potentísimo y salvaje, lo inundará todo de repente. Décimas de segundo inconcretas, instantes inciertos que del modo más truculento explotarán de súbito en la vasta oscuridad, inundando la noche, como otrora lo hicieran los inolvidables y misteriosos, magníficos aullidos del lobo…

Fernando Gracia Ortuño
Copyright

No hay comentarios:

Publicar un comentario