sábado, 21 de abril de 2012

La comida


      
Nos habíamos adentrado por la espesura y ya no podíamos volver sobre nuestros pasos. El Cholo, el Quique y yo, todos experimentados escaladores en busca de las cumbres inaccesibles de la montaña sagrada de aquél exótico país desconocido. Vagábamos sin rumbo a través de una intrincada red de manglares, y después por la selva oscura plagada de maleza.
En un momento dado el Cholo decidió seguir la ruta por su cuenta. No pudimos hacer nada por retenerlo. A lo lejos oíamos los tambores de una tribu, a medida que íbamos avanzando. Entonces, en un momento dado, el Quique, alarmado e histérico, quiso volver al campamento.
También lo perdí, sin poder hacer nada, teniendo que continuar solo. Me capturaron los nativos unos kilómetros más adelante, chiquititos y oscuros, con mirar huraño, amenazador. Durante el arresto me temí lo peor, pero en lugar de matarme, por la noche, maniatado, me obligaron a comer, sirviéndome una especie de salsa con costilla picante. Mientras me relamía, chupándome los dedos por el hambre atroz, contemplé horrorizado las mochilas y las ropas de mis amigos allí tiradas, junto a la caldera hirviente de troncos.
Fernando Gracia Ortuño
Copyright

No hay comentarios:

Publicar un comentario