Nos habíamos
adentrado por la espesura y ya no podíamos volver sobre nuestros pasos. El
Cholo, el Quique y yo, todos experimentados escaladores en busca de las cumbres
inaccesibles de la montaña sagrada de aquél exótico país desconocido. Vagábamos
sin rumbo a través de una intrincada red de manglares, y después por la selva
oscura plagada de maleza.
En un
momento dado el Cholo decidió seguir la ruta por su cuenta. No pudimos hacer
nada por retenerlo. A lo lejos oíamos los tambores de una tribu, a medida que
íbamos avanzando. Entonces, en un momento dado, el Quique, alarmado e histérico,
quiso volver al campamento.
También lo
perdí, sin poder hacer nada, teniendo que continuar solo. Me capturaron los
nativos unos kilómetros más adelante, chiquititos y oscuros, con mirar huraño,
amenazador. Durante el arresto me temí lo peor, pero en lugar de matarme, por
la noche, maniatado, me obligaron a comer, sirviéndome una especie de salsa con
costilla picante. Mientras me relamía, chupándome los dedos por el hambre
atroz, contemplé horrorizado las mochilas y las ropas de mis amigos allí
tiradas, junto a la caldera hirviente de troncos.
Fernando Gracia Ortuño
Copyright
No hay comentarios:
Publicar un comentario