lunes, 9 de abril de 2012

Caperucita, Caperucita...

Me gustaría que vierais cómo se mueve Caperucita sobre la pista de baile, con su liguero negro y su caperuza ondulante, chaquetilla abierta y roja que le llega hasta las caderas, sin nada debajo más que el conjunto de las ligas de seda y esas medias negras que esconden el misterio de sus muslos relucientes debajo… Su mirada es una obsesión que se te pega, a pesar de seguir sus movimientos al milímetro, mientras el ritmo de la música la mece, Caperucita está en ellos y esos ojos forman un conjunto con el todo que la ensalzan a la locura. Un gruñido soterrado me estremece cuando la miro bailar así. Porque sé que será mía en poco tiempo.

El bosque de cuerpos bailando sobre un haz de luces multicolor me impide a veces seguirla en todos sus movimientos. Unos segundos. De pronto se abre un claro y aparece otra vez frente a mí, bailando de esa manera extasiante que todo lobo debiera conocer por lo menos en la imaginación antes de morir.

Sé que tiene que acudir a la barra a beber antes de abandonar el local. Lo sé. Y la espero. Llega a mi lado, y parece que no quiere reconocerme, por pudor. En realidad Caperucita lo sabe quién soy. Todo el mundo me conoce en la discoteca. Soy el lobo. Y las chicas saben para qué vengo aquí al bosque de luces a mirar y bailar con ellas, a encandilarlas para llevármelas, cuando sean las doce, a mi catre de la floresta.

Mucha gente me señala con el dedo por esto, pero sé que secretamente sueñan ellos también con Caperucita y una noche romántica con ella. ¡Para qué mentirnos! Luego la envidia los corroe. Cuando se enteran que otra chica hermosa ha caído en mis garras y si te he visto no me acuerdo. Los corroe por dentro, lo sé, a los envidiosos sobre todo, y a los celosos enamorados de Caperucita como yo.

Cuando acabo de darle un segundo trago a mi cubata, inmerso en estos pensamientos, Caperucita me mira con genuina curiosidad. Ahora sí acaba de reconocerme. Pero su mirada en lugar de asustarse, se ha vuelto fresca y dulce como la de la mañana. Me habla, y yo le contesto con voz ronca, en realidad mis pensamientos van por otro lado, pero  trato de ser los convencionalismo previos y necesarios para llevármela a la cama lo antes posible. Ella sonríe, recordando no sé qué sobre la pista, cuando los chicos la rodearon y comenzaron a hacerle sonrisitas cómplices. Yo no hice nada por salvarla, ironiza… Si tú supieras, pienso, entre dientes afilados y fauces contraídas, lo que haría con ellos…

Sé que como sigo tu discurso a la perfección, esta noche te vendrás conmigo, Caperucita. Claro, primero tienes que tomarte tu cubatito, achisparte, reír, reír mucho conmigo y mis bromas, embriagados por mis chistes y mis aduladores cariños y pellizcos que pienso darte, sin escatimar ni uno. Por supuesto.

Sí, una noche por lo menos, antes de morir, estarás en mi lecho, Caperucita. Luego los envidiosos de los hombres vendrán a matarme, me acorralarán, ellos tan seguros de mi injusta barbarie y brutalidad, para matarme, claro, con tu abuela chismosa y reprimida a la cabeza de todos gritando: “¡Al lobo, al lobo! ¡Que nos quita la pureza! ¡Al lobo, al lobo!”

Pero Caperucita, antes de ese momento fatal, tú y yo habremos danzado sobre las aguas de la felicidad… ¡Caperucita!



Fernando Gracia Ortuño

Copyright

2 comentarios:

  1. Genial, excelente, buenísimo relato, me encanta, despierta el afán de explorar más ........
    Un abrazo amigo Fernando.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Don Bartoche, fíjate que esta historia la escribí rapidísimo, en un santiamén, prácticamente en menos de media hora... La inspiración a veces incluso te impide las revisiones

    ResponderEliminar