jueves, 9 de enero de 2014

El búnker

Encerrada en su búnker había hecho acopio de todos los objetos sustraídos al mundo exterior. Por fin podía estar a solas con ellos. La mayor parte eran libros, recuerdos de familia y otros elementos, adornos, figurillas, mesas, trípodes, la mayoría informáticos, pero también alimentos y una pequeña televisión que la mantenía informada de las noticias que le llegaban del exterior. ¡Ah, aquéllo sí que era vida!
 
Durante toda su existencia había estado soñando con ese momento. Por fin estaba sola, rodeada de sus objetos más queridos. Lo único que lamentaba tras el desastre  nuclear era no haber alcanzado aquél cojín en forma de corazón que tanto le gustaba en la casa de su familia, de un satén brillante y resbaladizo al tacto. Lo que más le había fastidiado siempre en la vida era no hacerse con aquello que le apetecía. Le parecía fantástico por aquél entonces, pero ahora que ya nada importaba, lo echaba a faltar, como si nunca lo hubiera podido tener para ella sola y nada más.
 
Fernando Gracia Ortuño
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