El piloto descendió del caza bombardero. Se fue a desayunar a la cafetería de madrugada, la brisa refrescaba sus mejillas. Al ver al niño con su avioncito hacia la escuela, pensó: ¡Acabo de cargarme quinientos mil...! Y la voz de la mañana por la radio le sonrojó levemente.
Fernando Gracia Ortuño
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